Riobamba (La ciudad atrapada en el tiempo)
En el horizonte se levanta el sol arrastrando a las nubes por encima de los enormes nevados y montañas, un día más amanece y el cielo sigue siendo azul, todos celebramos con clamor y tristeza la llegada de un nuevo día, todos sabemos que estamos atrapados en este paisaje que nunca cambia, en estas calles viejas, en empedrados en los que en algún momento galopaban impetuosos los caballos, en esas antiguas casas que nos obligan a mantener, en esa cultura de pueblo vencido que se consuela en que alguna vez fue grande, pero que culpa a los gobernantes de haberse estancado en la mediocridad; nadie existe el día de hoy, todos nos quedamos añorando el ayer, somos la primavera mística y lunar de Arturo Borja en un país donde no existe la primavera, somos el ave de los cuentos de Oscar Wilde que nunca quiso dejar la ciudad por quedarnos con la estatua de Pedro Vicente Maldonado viendo tristes la ciudad.
Quería salir hoy contigo a pegarnos una biela, pero dices que a tu novio no le agradaría -ya nada ya, otro rato será- estamos tan solos que nos disgusta incluso que otros puedan dejar de sentirse así, la canela es el opio de Riobamba, el alcohol es lo más interesante que existe en la ciudad, estamos muertos por dentro y escuchamos a otras personas con la esperanza de que nos escuchen a nosotros.
¿Ya ni esos recitales de poesía son capaces de llenar tu ego?
Tal vez el Universo es infinitamente grande, pero nadie ni siquiera piensa en salir de Riobamba, nos hemos atado con cadenas y candados, las llaves están escondidas en los leones de las bancas del parque, nuestra cruz es de oro solido, creada a partir de la custodia robada, somos el reflejo de los guambras vergas que caminan sin sentido a diario por la avenida, damos vueltas perdidos en las indicaciones que le dimos al turista a quien no supimos responderle cuando nos preguntó por algo que hacer en la ciudad.
He quedado ciego por tanta luz, el sol quema mis ojos, y aún así a los demás no parece importarle, intento llegar a algún lado mientras tropiezo con las doñitas que venden choclo en las esquinas de los mercados, yo soy el único ciego y a pesar de eso nadie más las puede ver, nos hemos dividido en clases sociales que inventamos para sentirnos algo, porque cuando no se es nada hay que adoptar cualquier indicio que pueda mostrarnos superior al resto, nos avergonzamos del lenguaje de nuestros ancestros al punto de insultarnos con sus palabras, somos unos longos de mierda añadiendo más blancura a la cruz que trajeron los verdugos.
Las calles destrozadas en las que moriremos al caer en el bache de la angustia.
Y si bien ya se los dije que hay que estar muerto para darse cuenta de lo absurdo de la vida, la verdad es que sea posible que no hayamos vivido nunca...
todo es perfecto, aunque triste, por ser real, una narración de la era del desperdicio, de cosas y humano, lamentable, aunque bien expresado.Si el mundo cambiara, yo quisiera estar ahí.
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